sábado, 5 de octubre de 2013

El enigma de las colmenas

Si alguien dice que esta primavera hay unos 100.000.000.000 (cien mil millones) de abejas domésticas trabajando en los campos de España, es posible que muchos piensen que exagera. La cifra no es exacta, pero no debe de estar muy lejos de la realidad, pues se estima que en el país hay cerca de 2,5 millones de colmenas y que, como promedio, cada una puede albergar en primavera unas 40.000 abejas. Detrás de unos números tan espectaculares se esconde, sin embargo, un problema mayor: las abejas se están muriendo.
“No hay una única causa, conocemos muchos factores que están afectando a la salud de las abejas, pero estamos seguros de que la puntilla es el uso masivo en la agricultura de un tipo de insecticida que altera el comportamiento de los insectos”, explica Carlos Moreno, presidente de la Asociación Española de Apicultores. “Las abejas que han estado en campos impregnados con estos insecticidas se despistan, no saben volver a la colmena y mueren”, relata este experimentado apicultor aragonés. Se refiere a uno de los efectos tóxicos que se atribuyen a insecticidas del grupo de los neonicotinoides, como el imidacloprid, el tiametoxam y la clotianidina.

Abejas en una colmena

Abeja reina colocando un huevo en cada panal


Los nuevos insecticidas se suman a la lista de amenazas que pueden estar poniendo en peligro a un insecto de gran importancia en el equilibrio ambiental. Aparte de ser uno de los pocos insectos que cuentan con la simpatía de los humanos, la abeja es uno de los polinizadores más eficientes y laboriosos del planeta. De la actividad de insectos como las abejas depende buena parte de los cultivos que producen alimentos para los humanos.
“No son sólo las abejas las que están amenazadas, puede parecer una exageración pero es un problema que afecta también al conjunto del medio ambiente y al futuro de la humanidad”, mantiene Jaume Cambra, apicultor y presidente de una de las entidades más jóvenes e innovadoras del sector, Apicultors Ecològics Associats. Sin necesidad de exagerar, organismos internacionales como el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente han publicado estudios alertando de los problemas que afectan a la abeja doméstica y la apicultura.

La cueva de la Araña, en Bicorp (Valencia), conserva un grabado de más de 9.000 años de antigüedad en que se puede ver un hombre colgado de unas lianas recolectando miel de un enjambre de abejas. El dibujo de Bicorp (declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1998) es una de las muestras más antiguas que se conservan de la rudimentaria apicultura. Las antiguas culturas de Egipto, China y Centroamérica comparten también habilidades en la explotación de la miel y la cera de las abejas, pero hasta el siglo XVIII no se empezaron a desarrollar las nuevas técnicas de apicultura.



En 1768, Thomas Wildman publicó en Londres el primer manual práctico donde se describe un método para evitar que los apicultores destruyan la colonia cada vez que recolectan los productos de las abejas. Casi un siglo más tarde, en 1852, el clérigo, maestro y apicultor norteamericano Lorenzo L. Langstroth inventó y patentó la colmena de cuadro móvil que lleva su nombre y que sigue siendo una de las más utilizadas. Langstroth descubrió muchos de los secretos del trabajo de las abejas dentro de las colmenas –por ejemplo, la distancia óptima que se debe guardar entre cada uno de los cuadros–, y fue uno de los primeros apicultores en importar y distribuir en Estados Unidos la subespecie de abeja italiana (Apis mellifera ligustica), considerada la más útil en apicultura.

Aunque se crea que sólo hay un tipo de abeja, lo cierto es que en el mundo existen unas 20.000 especies, 700 de las cuales son autóctonas de Europa. La mayoría de estas especies tienen hábitos poco sociales, y sólo una en todo el planeta se utiliza comercialmente, la abeja melífera o doméstica (Apis mellifera).





La abeja de la miel es originaria de Europa, África y parte de Asia, y no fue introducida en América y Oceanía hasta hace 150 años. Existen unas 30 subespecies de esta abeja, de las cuales, la abeja italiana es la más utilizada.
La vida de las abejas siempre ha sido muy sacrificada –por lo menos, según el tópico de los humanos– pero hasta no hace muchos años se había mantenido dentro de un cierto equilibrio con el entorno. Las amenazas naturales de las abejas (enfermedades, patógenos y parásitos) podrían haberse multiplicado precisamente con el uso de las nuevas técnicas de apicultura, la masificación de las producciones y las migraciones forzadas de subespecies, aparte del impacto de los productos químicos.
En las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado, cuando aparecieron insecticidas como el DDT, las abejas tuvieron que superar problemas importantes en todo el mundo, pero “en España, por ejemplo, la amenaza más grave en la apicultura moderna surgió a principio de los años 80, con la llegada de la varroa”, recuerda Jaume Cambra.

La varroa (Varroa destructor) es un ácaro parecido a una araña que mide sólo 0,4 milímetros de diámetro y se adhiere al cuerpo de las abejas adultas o de las larvas provocando su debilitamiento y muerte. Fue descubierta en Java en 1904 como parásito de la subespecie apis cerana, pero hasta mediados del siglo XX no empezó a extenderse en forma de plaga. Los primeros casos de varroasis en Europa se registraron en Rusia a principios de los años 50. En España, los primeros casos documentados son de 1984. Diversos estudios indican que la varroa llegó a Estados Unidos en 1987 a través de una importación de abejas procedentes de Rusia.



La varroasis es sólo un ejemplo de las múltiples enfermedades que afectan a una especie que a ojos de inexpertos parece vivir en un mundo feliz y ordenado al estilo de las historias de la Abeja Maya (que, aparte de las avispas, tenía muy pocos enemigos). La realidad es muy diferente. Los manuales especializados describen decenas de enfermedades y parásitos de las abejas domésticas. En algunos casos, la amenaza se controla de forma natural; en otras, los apicultores se ven forzados a aplicar tratamientos químico-veterinarios o a eliminar las colonias afectadas para evitar la extensión de las enfermedades.

Varroas parasitando a una abeja


“Cuando parecía que se empezaba a estabilizar el problema de la varroa, llegó la nosema y volvimos a la crisis de desaparición masiva de abejas”, recuerda Jaume Cambra. La nosema (Nosema apis) es un microorganismo parásito que afecta el aparato digestivo de las abejas obreras, los zánganos y de la abeja reina. La enfermedad provocada por esta especie de hongo o espora, la nosemosis, causa la muerte prematura de abejas por debilidad e inanición. Este patógeno fue detectado por primera vez en las abejas en España en el 2004.
Existe un tratamiento veterinario relativamente efectivo contra la nosemosis, pero cuando una enfermedad como esta afecta a un grupo de colmenas, la viabilidad y la producción de la colonia queda seriamente afectada durante una larga temporada.

Varroas parasitando a una ninfa de abeja


La lista de parásitos y enfermedades de las abejas es sorprendentemente larga, pero aún se queda corta si se compara con la amenaza de algunos insecticidas. “Hace años, cuando fumigaban un campo con insecticidas podíamos ver si afectaba a las abejas porque las encontrábamos muertas en grandes cantidades. Ahora es diferente: la colmena se queda sin abejas y no sabemos dónde están”, asegura Cambra. “No tenemos datos exactos, pero la intuición nos dice que durante los últimos años, cada temporada perdemos un 30% de las abejas, y una parte importante de este problema puede estar relacionado con los nuevos insecticidas”, explica este apicultor, que lidera una organización dedicada específicamente a introducir prácticas más ecológicas y a extender el abandono del uso de productos químicos.
La falta de certezas sobre las causas de la gran mortalidad de abejas detectada en varias zonas del planeta durante la última década ha llevado a los especialistas a utilizar la denominación genérica de síndrome del colapso de las colmenas. Se cree que el problema tiene un origen diverso, pero muchos expertos coinciden en que los insecticidas están teniendo un papel importante en esta crisis.

El pasado enero, la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) publicó un informe en el que alertaba a la Comisión Europea (CE) de los efectos nocivos para las abejas de tres insecticidas neonicotinoides (imidacloprid, tiametoxam y clotianidina), incluso cuando las dosis que pueden llegar a los insectos y sus larvas están por debajo del límite letal.
No era la primera vez que estudios científicos ponían en cuestión la seguridad de estos insecticidas. De hecho, las primeras acusaciones de los apicultores motivaron que el gobierno francés prohibiera de forma cautelar ya en el 2004 el uso de estos insecticidas en algunos cultivos que pueden ser visitados por las abejas. Italia y Alemania han adoptado restricciones parciales similares durante los últimos años. La Comisión Europea (UE) estudia una prohibición similar por dos años para el uso de estos insecticidas sospechosos, pero, de momento, no ha conseguido una mayoría suficiente para poner en práctica la propuesta.

Algunas empresas químicas han negado que los neonicotinoides sean los causantes del síndrome del colapso de las colmenas pero, aparte de informes como el de la EFSA, existen estudios reconocidos internacionalmente que demuestran el impacto de estos productos en abejas y abejorros. La revista Science, por ejemplo, publicó en marzo del 2012 dos de las investigaciones más detalladas sobre este problema. En uno de estos trabajos, un equipo de investigadores de la Universidad de Stirling (Reino Unido), liderado por el profesor Dave Goulson, expuso colonias de abejorros a niveles bajos de neonicotinoides para después estudiar su comportamiento durante seis semanas en condiciones naturales, en comparación con abejorros no expuestos a insecticidas. Comprobaron que las colonias de los insectos levemente contaminados eran entre un 8% y un 12% más pequeñas que las otras.

Abejas muertas por efectos de neonicotimoides, foto obtenida en Google Imágenes


En un segundo experimento, especialistas del Institut National de la Recherche Agronomique de Francia pusieron microchips de radiofrecuencia en el tórax de abejas para estudiar su comportamiento a la salida y el regreso a las colmenas. Las abejas tratadas con productos químicos fueron entre dos y tres veces más propensas a morir mientras se encontraban fuera de su nido. Como dicen los apicultores, los científicos deducen que el insecticida interfiere en el sistema de orientación que facilita a las abejas volver a su colmena.
La comunidad científica empieza a tener evidencias de la peligrosidad para las abejas de algunos usos de los tres insecticidas sospechosos, aunque el alcance y la gravedad de estos efectos están todavía en discusión. El pasado febrero, Lynn Dicks, profesora asociada de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), publicaba una columna en la revista científica Nature criticando las “exageraciones” de los medios de comunicación y grupos ecologistas. “Afirmar que la prohibición de los neonicotinoides en Europa salvará a las abejas de la extinción es absurdo. Pese a que en algunos países se ha detectado una reducción de abejas de la miel de uso comercial, esta especie está ampliamente distribuida, y no parece inminente el riesgo de extinción”, indicaba esta experta en estudios sobre medio natural.
Dicks recordaba que existen otras especies de abejas que sí están en riesgo de extinción, pero no por el uso de neonicotinoides sino por enfermedades o por la pérdida de su hábitat natural.

La investigadora británica criticaba a la vez a las industrias y a los agricultores que afirman –en su opinión, de forma falsa– que abandonar el uso de los neonicotinoides provocará pérdidas del 20% en los cultivos agrícolas de países como el Reino Unido. Como conclusión, Dicks reclamaba que se sigan estudiando y tratando de solucionar todas y cada una de las amenazas que afectan a la abejas y que las medidas que adopte la Unión Europea estén suficientemente contrastadas y se basen en la evidencia científica.

LAS AMENAZAS DE LAS ABEJAS
Los especialistas consideran que son varios los factores que amenazan a las abejas y están detrás del llamado síndrome del colapso de las colmenas.

Parásitos
Como la varroa o la nosema, que causan plagas y diezman las colmenas.



Nosema

Colmena atacada por parásitos


Avispas
Las abejas domésticas tienen una nueva enemiga, la avispa de origen asiático Vespa velutina, introducida de forma accidental en Francia en el 2005. Un centenar de municipios del País Vasco, Navarra, Castilla y León, Aragón y Catalunya han detectado ya la presencia de este insecto especializado en la caza de abejas. “En ocho años, las avispas velutinas han ocupado más de la mitad de Francia, y aquí sólo las puede frenar el clima seco”, explica Jaume Cambra. Jokin Larumbe, jefe de sección de Hábitats del Gobierno de Navarra, explicaba en verano que “la capacidad de expansión de este insecto es brutal”.



En época de alimentación de las larvas, sus platos preferidos son las frutas maduras y las abejas, a las que ataca en pleno vuelo o en la entrada de las colmenas. Los apicultores franceses relatan que las avispas sobrevuelan las colmenas, y algunos informes indican que un grupo de avispas puede acabar con toda una colmena en pocos días. “Si la nueva avispa se adapta a toda la Península, el impacto sobre la apicultura puede ser muy grave”, explica Carlos Moreno, presidente de la Asociación Española de Apicultores.

Neonicotinoides

A este tipo de insecticidas se culpa en buena medida de la desaparición de las abejas. Se cree que interfieren en su sentido de la orientación y les impiden regresar a la colmena.
Cambio Climático.

Efecto de los neonicotinoides, foto de Google Imágenes)


Los especialistas apuntan que el cambio climático ha empezado a afectar a las abejas, como a otras especies animales y vegetales, al alterar sus hábitats.


Publicado en La Vanguardia, el 5 de abril de 2013

Todas las fotos han sido obtenidas a través de Google Imágenes.

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