Si alguien dice que esta primavera hay unos
100.000.000.000 (cien mil millones) de abejas domésticas trabajando en los
campos de España, es posible que muchos piensen que exagera. La cifra no es
exacta, pero no debe de estar muy lejos de la realidad, pues se estima que en
el país hay cerca de 2,5 millones de colmenas y que, como promedio, cada una puede
albergar en primavera unas 40.000 abejas. Detrás de unos números tan
espectaculares se esconde, sin embargo, un problema mayor: las abejas se están
muriendo.
“No hay una única causa, conocemos muchos factores que
están afectando a la salud de las abejas, pero estamos seguros de que la
puntilla es el uso masivo en la agricultura de un tipo de insecticida que
altera el comportamiento de los insectos”, explica Carlos Moreno, presidente de
la Asociación Española de Apicultores. “Las abejas que han estado en campos
impregnados con estos insecticidas se despistan, no saben volver a la colmena y
mueren”, relata este experimentado apicultor aragonés. Se refiere a uno de los
efectos tóxicos que se atribuyen a insecticidas del grupo de los
neonicotinoides, como el imidacloprid, el tiametoxam y la clotianidina.
Abejas en una colmena |
Abeja reina colocando un huevo en cada panal |
Los nuevos insecticidas se suman a la lista de amenazas
que pueden estar poniendo en peligro a un insecto de gran importancia en el
equilibrio ambiental. Aparte de ser uno de los pocos insectos que cuentan con
la simpatía de los humanos, la abeja es uno de los polinizadores más eficientes
y laboriosos del planeta. De la actividad de insectos como las abejas depende
buena parte de los cultivos que producen alimentos para los humanos.
“No son sólo las abejas las que están amenazadas, puede
parecer una exageración pero es un problema que afecta también al conjunto del
medio ambiente y al futuro de la humanidad”, mantiene Jaume Cambra, apicultor y
presidente de una de las entidades más jóvenes e innovadoras del sector,
Apicultors Ecològics Associats. Sin necesidad de exagerar, organismos
internacionales como el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente han
publicado estudios alertando de los problemas que afectan a la abeja doméstica
y la apicultura.
La cueva de la Araña, en Bicorp (Valencia), conserva un
grabado de más de 9.000 años de antigüedad en que se puede ver un hombre
colgado de unas lianas recolectando miel de un enjambre de abejas. El dibujo de
Bicorp (declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1998) es una de
las muestras más antiguas que se conservan de la rudimentaria apicultura. Las
antiguas culturas de Egipto, China y Centroamérica comparten también
habilidades en la explotación de la miel y la cera de las abejas, pero hasta el
siglo XVIII no se empezaron a desarrollar las nuevas técnicas de apicultura.
En 1768, Thomas Wildman publicó en Londres el primer
manual práctico donde se describe un método para evitar que los apicultores
destruyan la colonia cada vez que recolectan los productos de las abejas. Casi
un siglo más tarde, en 1852, el clérigo, maestro y apicultor norteamericano
Lorenzo L. Langstroth inventó y patentó la colmena de cuadro móvil que lleva su
nombre y que sigue siendo una de las más utilizadas. Langstroth descubrió muchos
de los secretos del trabajo de las abejas dentro de las colmenas –por ejemplo,
la distancia óptima que se debe guardar entre cada uno de los cuadros–, y fue
uno de los primeros apicultores en importar y distribuir en Estados Unidos la
subespecie de abeja italiana (Apis mellifera ligustica), considerada la más
útil en apicultura.
Aunque se crea que sólo hay un tipo de abeja, lo cierto
es que en el mundo existen unas 20.000 especies, 700 de las cuales son
autóctonas de Europa. La mayoría de estas especies tienen hábitos poco
sociales, y sólo una en todo el planeta se utiliza comercialmente, la abeja
melífera o doméstica (Apis mellifera).
La abeja de la miel es originaria de Europa, África y
parte de Asia, y no fue introducida en América y Oceanía hasta hace 150 años.
Existen unas 30 subespecies de esta abeja, de las cuales, la abeja italiana es
la más utilizada.
La vida de las abejas siempre ha sido muy sacrificada
–por lo menos, según el tópico de los humanos– pero hasta no hace muchos años
se había mantenido dentro de un cierto equilibrio con el entorno. Las amenazas
naturales de las abejas (enfermedades, patógenos y parásitos) podrían haberse
multiplicado precisamente con el uso de las nuevas técnicas de apicultura, la
masificación de las producciones y las migraciones forzadas de subespecies,
aparte del impacto de los productos químicos.
En las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado, cuando
aparecieron insecticidas como el DDT, las abejas tuvieron que superar problemas
importantes en todo el mundo, pero “en España, por ejemplo, la amenaza más
grave en la apicultura moderna surgió a principio de los años 80, con la
llegada de la varroa”, recuerda Jaume Cambra.
La varroa (Varroa destructor) es un ácaro parecido a una
araña que mide sólo 0,4 milímetros de diámetro y se adhiere al cuerpo de las
abejas adultas o de las larvas provocando su debilitamiento y muerte. Fue
descubierta en Java en 1904 como parásito de la subespecie apis cerana, pero
hasta mediados del siglo XX no empezó a extenderse en forma de plaga. Los
primeros casos de varroasis en Europa se registraron en Rusia a principios de
los años 50. En España, los primeros casos documentados son de 1984. Diversos
estudios indican que la varroa llegó a Estados Unidos en 1987 a través de una
importación de abejas procedentes de Rusia.
La varroasis es sólo un ejemplo de las múltiples
enfermedades que afectan a una especie que a ojos de inexpertos parece vivir en
un mundo feliz y ordenado al estilo de las historias de la Abeja Maya (que,
aparte de las avispas, tenía muy pocos enemigos). La realidad es muy diferente.
Los manuales especializados describen decenas de enfermedades y parásitos de
las abejas domésticas. En algunos casos, la amenaza se controla de forma
natural; en otras, los apicultores se ven forzados a aplicar tratamientos
químico-veterinarios o a eliminar las colonias afectadas para evitar la
extensión de las enfermedades.
Varroas parasitando a una abeja |
“Cuando parecía que se empezaba a estabilizar el problema
de la varroa, llegó la nosema y volvimos a la crisis de desaparición masiva de
abejas”, recuerda Jaume Cambra. La nosema (Nosema apis) es un microorganismo
parásito que afecta el aparato digestivo de las abejas obreras, los zánganos y
de la abeja reina. La enfermedad provocada por esta especie de hongo o espora,
la nosemosis, causa la muerte prematura de abejas por debilidad e inanición.
Este patógeno fue detectado por primera vez en las abejas en España en el 2004.
Existe un tratamiento veterinario relativamente efectivo
contra la nosemosis, pero cuando una enfermedad como esta afecta a un grupo de
colmenas, la viabilidad y la producción de la colonia queda seriamente afectada
durante una larga temporada.
Varroas parasitando a una ninfa de abeja |
La lista de parásitos y enfermedades de las abejas es
sorprendentemente larga, pero aún se queda corta si se compara con la amenaza
de algunos insecticidas. “Hace años, cuando fumigaban un campo con insecticidas
podíamos ver si afectaba a las abejas porque las encontrábamos muertas en
grandes cantidades. Ahora es diferente: la colmena se queda sin abejas y no
sabemos dónde están”, asegura Cambra. “No tenemos datos exactos, pero la
intuición nos dice que durante los últimos años, cada temporada perdemos un 30%
de las abejas, y una parte importante de este problema puede estar relacionado
con los nuevos insecticidas”, explica este apicultor, que lidera una
organización dedicada específicamente a introducir prácticas más ecológicas y a
extender el abandono del uso de productos químicos.
La falta de certezas sobre las causas de la gran
mortalidad de abejas detectada en varias zonas del planeta durante la última
década ha llevado a los especialistas a utilizar la denominación genérica de
síndrome del colapso de las colmenas. Se cree que el problema tiene un origen
diverso, pero muchos expertos coinciden en que los insecticidas están teniendo
un papel importante en esta crisis.
El pasado enero, la Agencia Europea de Seguridad
Alimentaria (EFSA) publicó un informe en el que alertaba a la Comisión Europea
(CE) de los efectos nocivos para las abejas de tres insecticidas
neonicotinoides (imidacloprid, tiametoxam y clotianidina), incluso cuando las
dosis que pueden llegar a los insectos y sus larvas están por debajo del límite
letal.
No era la primera vez que estudios científicos ponían en
cuestión la seguridad de estos insecticidas. De hecho, las primeras acusaciones
de los apicultores motivaron que el gobierno francés prohibiera de forma
cautelar ya en el 2004 el uso de estos insecticidas en algunos cultivos que
pueden ser visitados por las abejas. Italia y Alemania han adoptado
restricciones parciales similares durante los últimos años. La Comisión Europea
(UE) estudia una prohibición similar por dos años para el uso de estos
insecticidas sospechosos, pero, de momento, no ha conseguido una mayoría
suficiente para poner en práctica la propuesta.
Algunas empresas químicas han negado que los
neonicotinoides sean los causantes del síndrome del colapso de las colmenas
pero, aparte de informes como el de la EFSA, existen estudios reconocidos
internacionalmente que demuestran el impacto de estos productos en abejas y
abejorros. La revista Science, por ejemplo, publicó en marzo del 2012 dos de
las investigaciones más detalladas sobre este problema. En uno de estos
trabajos, un equipo de investigadores de la Universidad de Stirling (Reino
Unido), liderado por el profesor Dave Goulson, expuso colonias de abejorros a
niveles bajos de neonicotinoides para después estudiar su comportamiento
durante seis semanas en condiciones naturales, en comparación con abejorros no
expuestos a insecticidas. Comprobaron que las colonias de los insectos
levemente contaminados eran entre un 8% y un 12% más pequeñas que las otras.
Abejas muertas por efectos de neonicotimoides, foto obtenida en Google Imágenes |
En un segundo experimento, especialistas del Institut
National de la Recherche Agronomique de Francia pusieron microchips de
radiofrecuencia en el tórax de abejas para estudiar su comportamiento a la
salida y el regreso a las colmenas. Las abejas tratadas con productos químicos
fueron entre dos y tres veces más propensas a morir mientras se encontraban
fuera de su nido. Como dicen los apicultores, los científicos deducen que el
insecticida interfiere en el sistema de orientación que facilita a las abejas
volver a su colmena.
La comunidad científica empieza a tener evidencias de la
peligrosidad para las abejas de algunos usos de los tres insecticidas
sospechosos, aunque el alcance y la gravedad de estos efectos están todavía en
discusión. El pasado febrero, Lynn Dicks, profesora asociada de la Universidad
de Cambridge (Reino Unido), publicaba una columna en la revista científica
Nature criticando las “exageraciones” de los medios de comunicación y grupos
ecologistas. “Afirmar que la prohibición de los neonicotinoides en Europa
salvará a las abejas de la extinción es absurdo. Pese a que en algunos países
se ha detectado una reducción de abejas de la miel de uso comercial, esta
especie está ampliamente distribuida, y no parece inminente el riesgo de
extinción”, indicaba esta experta en estudios sobre medio natural.
Dicks recordaba que existen otras especies de abejas que
sí están en riesgo de extinción, pero no por el uso de neonicotinoides sino por
enfermedades o por la pérdida de su hábitat natural.
La investigadora británica criticaba a la vez a las
industrias y a los agricultores que afirman –en su opinión, de forma falsa– que
abandonar el uso de los neonicotinoides provocará pérdidas del 20% en los
cultivos agrícolas de países como el Reino Unido. Como conclusión, Dicks
reclamaba que se sigan estudiando y tratando de solucionar todas y cada una de
las amenazas que afectan a la abejas y que las medidas que adopte la Unión
Europea estén suficientemente contrastadas y se basen en la evidencia
científica.
LAS AMENAZAS DE LAS ABEJAS
Los especialistas consideran que son varios los factores
que amenazan a las abejas y están detrás del llamado síndrome del colapso de
las colmenas.
Parásitos
Como la varroa o la nosema, que causan plagas y diezman las colmenas.
Nosema |
Colmena atacada por parásitos |
Avispas
Las abejas domésticas tienen una nueva enemiga, la avispa
de origen asiático Vespa velutina, introducida de forma accidental en Francia
en el 2005. Un centenar de municipios del País Vasco, Navarra, Castilla y León,
Aragón y Catalunya han detectado ya la presencia de este insecto especializado
en la caza de abejas. “En ocho años, las avispas velutinas han ocupado más de
la mitad de Francia, y aquí sólo las puede frenar el clima seco”, explica Jaume
Cambra. Jokin Larumbe, jefe de sección de Hábitats del Gobierno de Navarra,
explicaba en verano que “la capacidad de expansión de este insecto es brutal”.
En época de alimentación de las larvas, sus platos
preferidos son las frutas maduras y las abejas, a las que ataca en pleno vuelo
o en la entrada de las colmenas. Los apicultores franceses relatan que las
avispas sobrevuelan las colmenas, y algunos informes indican que un grupo de
avispas puede acabar con toda una colmena en pocos días. “Si la nueva avispa se
adapta a toda la Península, el impacto sobre la apicultura puede ser muy
grave”, explica Carlos Moreno, presidente de la Asociación Española de
Apicultores.
Neonicotinoides
A este tipo de insecticidas se culpa en buena medida de
la desaparición de las abejas. Se cree que interfieren en su sentido de la
orientación y les impiden regresar a la colmena.
Cambio Climático.
Efecto de los neonicotinoides, foto de Google Imágenes) |
Los especialistas apuntan que el cambio climático ha
empezado a afectar a las abejas, como a otras especies animales y vegetales, al
alterar sus hábitats.
Publicado en La Vanguardia, el 5 de abril de 2013
Todas las fotos han sido obtenidas a través de Google Imágenes.
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